La selección de una solución de aspiración para el propio proceso productivo es una elección difícil de evaluar sin ayuda de algún experto. Hay que tener en cuenta no sólo la operación en sí que debe realizar el equipo, la frecuencia de uso y las normas a las que debe someterse, también las características morfológicas y granulométricas del material.
Una de las primeras consideraciones que hay que hacer a la hora de elegir el producto adecuado es entender si el polvo que se va a aspirar una vez liberado es volátil o si se deposita en las superficies. Esto se traduce en la necesidad de una solución que requiere un mayor flujo de aire o una mayor fuerza de succión (depresión).
La depresión, expresada en mmH₂O, mide la fuerza de succión generada por el aspirador. Este valor está estrechamente relacionado con el diámetro de aspiración y se reduce proporcionalmente a medida que aumenta la tubería utilizada.
El caudal de aire, expresado en m³/h, mide la cantidad de aire que entra en el aspirador en una hora. Un mayor caudal de aire permite aspirar una mayor cantidad de material.
Los aspiradores funcionan según el principio de altos niveles de depresión, que permiten la aspiración del polvo o de los materiales pesados que se depositan en las superficies. Los colectores de polvo, por el contrario, se basan en el principio de alto flujo de aire y baja depresión, lo que permite capturar los polvos volátiles dispersos, pero son menos eficaces para recoger las partículas más pesadas.